¿Qué cuántos años tengo?


¿Qué cuántos años tengo?


Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...

¡Qué importa éso!

Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos. ¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello.Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen porqué decir: Eres muy joven... no lo lograrás. Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza. Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... Valen mucho más que eso. ¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!Lo que importa es la edad que siento. Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

José Saramago

sábado, 30 de junio de 2012

Solamente una vez....

    Recuerdo que me hallaba en un  hermoso estanque lleno de vegetación y de animales. Me desnudé y me metí en el agua, nadé entre patos y cisnes; todo era tan bello, tan tranquilo.
   Cuando salí me tendí sobre el frescor del césped. Eran finales de septiembre y me quedé dormida sobre la hierba que bordeaba el estanque del bosque. El hombre de mis sueños me despertó con suaves caricias, me atrajo hacía sus brazos y me besó, me estremecí, sentí ardorosos deseos, susurré lo mucho que me gustaba; deseando complacerlo me llevé las yemas de sus dedos a mi boca, el extraño recorrió el contorno de mis labios con movimientos lentos, lánguidos, aquel roce tan cariñoso me excitó mucho más, la caricia que recibí a continuación solo hizo que la humedad me invadiera por entera.
   Un poco más tarde, aún jadeantes, con la respiración agitada terminamos abrazados el uno junto al otro.
      -Estoy aquí solo para complacerte- Me dijo, por supuesto yo le sonreí.
      -¿Cómo te llamas?- Pregunté -¿Qué haces aquí?
   Él apartó un mechón de mi cara y me devolvió la sonrisa, ¡Dios mío! que guapo era.
      -Tu sueño se ha hecho realidad- Respondió.
      - ¿Que - Me Incorpore Sorprendida
       -Me llamo Pedro y, sé que tú te llamas Ana
   Yo seguía bajo el influjo de la sorpresa mientras el sonreía,  parecía pasarlo bien, demasiado bien y no era el único.
     -Querías que este sueño nunca acabara- Prosiguió hablando -No querías despertar y así será, a partir de ahora viviremos aquí los dos juntos.
   Mis ojos se abrieron acorde con mi boca, vivir con él, con Pedro, no podía creerlo, resultaba imposible de creer.
      -A ver, espera, no entiendo nada- Repliqué- el guaperas rió antes de  silenciar mi boca.
     -Eres mía- Susurró Pedro como única explicación -Estoy aquí para complacerte, para hacerte feliz-Añadió sobre mis labios
  -Esto es solo un sueño- Insistí -me costaba aceptar la situación
    Una pequeña mueca de fastidio curvó su boca
     -¿No quieres estar conmigo?- Preguntó -
   Yo no sabía si reír o llorar, el tío estaba como un tren y se ofrecía para mí sola, incluso parecía que iba a gimotear de un momento a otro tal y como si fuese un niño.
    -Claro que quiero estar contigo- Me apresuré a responder -Pero sé que esto no es real ¿sabes distinguir entre realidad y ficción?
    -Por supuesto que sí, tú eres real y yo también.
   ¡Madre de Dios, madre de Dios! repitió mi pensamiento, Estoy atrapada en mi propio sueño Pero mira chica, me consolé así misma, peor hubiera sido caer en una pesadilla, al fin y al cabo Pedro era bien parecido y su cuerpo era de muñeco madelmán, por lo menos pasaba del metro ochenta de altura. No le haría ascos al regalo. Más que contenta, encerré su cara entre mis pequeñas manos y empecé a besarlo, aunque bien mirado estaba para comérselo.
   Pedro metió su lengua en mi boca y jugó con la mía, mientras tanto, sus manos subían y bajaban por toda mi espalda con suaves caricias. Estaba tan excitada, tan condenadamente excitada que cuando me tumbó de espaldas mis pezones parecían botones a punto de saltar del ojal.
   El calor que sentía brotaba desde lo más profundo de mis entrañas, todo ese placer me estaba volviendo loca.
      -Mamá, mamá- Me zarandeó entonces mi hijo - Tienes que acercarme al polideportivo.
   Abrí los ojos y quise morirme
    - ¿No te has podido esperar unos minutos?- Reproché a gritos, descorazonada. Hincada de rodillas sobre el sofá comencé a llorar, solo tenía ganas de cortarme las venas, yo achiqué los ojos y lo miré con cara de asesina mientras mi hijo me miraba aturdido
     - Llegaré tarde y será por tu culpa - Me reprochó él también -¿Pero que diablos te pasa?
     -¿Qué qué me pasa?- Repetí al borde de la histeria -Nada, no me pasa nada, estaba en el séptimo cielo y tú me has bajado de golpe.
     -¿Se puede saber que son esas voces?- Se interesó mi marido,  que en ese momento entraba del jardín arremangado de camisa. Por las manchas de la ropa imaginé que había estado reparando la vespa ¡Ay Jesús! ¿Por qué me fijaba en esas cosas?
      -¿Qué le has hecho a tu madre?-Preguntó -Desde luego mi marido dio por hecho qué la culpa no era mía y aquello me cabreó mucho más, le estaba regañando a mi hijo, y a mi hijo solo le podía regañar yo. Acentué mi llanto, que poco me conocía y que poco se parecía a Pedro
   Mientras tanto, mi pobre hijo  resoplaba con los ojos en blanco
     Es todo-loci- Farfulló  tierra despierta a la madre a traerme al centro deportivo, el jueves s, y todas ellas Jueves entrenamientos.
   Yo escondí la cara entre las manos y me dejé llevar, el desconsuelo me consumía,  lloraba por Pedro, lloraba por mi hijo, lloraba, porque estaba cerca de cumplir años y mi moral rodaba muy por debajo del suelo. La crisis de los cuarenta era la culpable ¿Por qué todo el mundo parecía estar en mi contra? Fuera lo que fuese, las circunstancias se habían aliado para romperme el alma.
     -Deja a tu madre dormir- sentenció mi marido -Yo te acercaré a ese dichoso partido.
   Los dos salieron y la casa quedó sumergida en el más absoluto de los silencios.
   Yo suspiré más calmada y me recosté de nuevo sobre le mullido cojín, vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda, hasta llegué a poner los pies en alto sin suerte alguna,  nunca regresé al estanque y jamás recuperé las caricias de Pedro.
  Fdo . Lola Gutiérrez         

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