Conozco un lugar carente de nombre, pero es tan insignificante para algunos que ni siquiera viene reflejado en el mapa. En ese lugar, sea cual sea la época del año los cerezos siempre están en flor. Os hablo de un valle precioso, enorme, donde todo es explosión de luz y de color. La gente nunca enferma, no envejecen, los niños son siempre niños. En ese lugar, los animales juegan unos con otros sin miedo alguno, un león es capaz de reposar junto a una tierna y pequeña gacela sin que esta sienta temor a sus fauces.
En este bello lugar no existen normas ni reglas impuestas, nadie es mejor que nadie, aquí todo es perfecto.
Acabo de llegar al único hotel del valle y tras registrarme, una bonita camarera me acompaña personalmente a mi habitación.
La chica es joven, sé que solo desempeña su trabajo pero yo soy todo un caballero y me niego a entregarle mi equipaje. Soy de los que sigo pensando que es el hombre el que tiene que mimar a la mujer. Yo, como buen periodista, además de la maleta llevo incorporado mi lápiz en mi oreja derecha, también llevo una libreta en uno de los bolsillos de la chaqueta, por si acaso. En mi profesión nunca se sabe donde te puede asaltar la noticia, a pesar de que estoy aquí precisamente para hacer un reportaje.
Mi mano palpa el bolsillo en busca de la libreta... Por un momento dudé si la había guardado en la maleta junto a las demás. Parecerá raro pero aún conservo todas las libretas que he usado a lo largo de mi vida, soy de la antigua usanza, me niego a entrar en el mundo de los ordenadores, mi alma, mis ganas, se quedan con la máquina de escribir y jamás renunciaré a ese tipo de teclas.
- ¿Sería tan amable de concederme unos minutos? - le pregunté a la camarera - necesito averiguar ciertas cosas de este magnífico lugar.
La chica se mordió el labio en aptitud molesta.
- Vera - que vaciló - Mantenga Cosas Por HACER, pero me dice que necesita traer QUÉ facilitárselo Cuanto apuestas iniciales.
¡Por Dios! Qué antipática, pensé. Por qué se mostraba tan austera conmigo, otro gallo me cantaría si fuera joven y guapo como ella. La verdad, me quedo con las ganas de colocarla en su sitio, en fin, le salva su juventud y su belleza, también el parecido que le encuentro a Alicia.
Nadie como ella para describir el cauce del Serengueti en época de lluvia, su infinidad de colores, incluso parecías percibir toda clase de aromas al recrearte en su cuadros. Nadie como ella inmortalizó escenas tan hermosas del Masai Mara, de sus extensas llanuras secas y polvorientas.
- ¿Qué desea, en qué puedo ayudarlo?
La pregunta de la camarera me devolvió a la realidad.
- Quisiera hablar con esos niños que merodean por el jardín - los señalé emocionado - me gustaría saber sus inquietudes, lo que piensan, sí desean vivir en otro lugar que no sea este hermoso valle.
- Julián - me habló la mujer utilizando mi nombre de pila, en ese momento me di cuenta de que yo no sabía el suyo.
- Señorita, disculpe ¿Como se llama?
- África, me llamo África.
- Vaya - exclamé asombrado y es que verdaderamente lo estaba - ¿Sabe? hace segundos estaba recordando ese continente.
- Referente a los niños - prosiguió ella.
- ¿Cree que alguno de sus padres pondrá impedimento alguno? - la interrumpí - no soy mala gente, no piense mal de mí, no me considere un bicho raro ni nada por el estilo, por supuesto pueden estar presente cuantas personas mayores lo soliciten.
La tal África enmudeció, sus ojos observaban a los niños a través de la ventana, muy lentamente su mirada terminó posada sobre mí. Noté cierto brillo de emoción en sus ojos, hasta podía asegurar que estaba a punto de llorar. En ese momento me desarmó, ya no la vi tan hostil conmigo.
- ¿Alguno de esos niños es suyo? - Llegué a pensar.
África lo negó con la cabeza, también descubrí en su boca una tenue sonrisa.
- No, ninguno es mío, de hecho no tengo hijos, aunque me gustará tenerlos algún día.
Yo le devolví la sonrisa, fue grande, ancha, llana, por un pequeño instante ella llegó a igualarla en amplitud.
- Algún día será una gran madre - predice.
- Gracias Julián. Mire, dentro de un hora se servirá la cena en el comedor, después de cenar hablaremos de todo esto ¿Que le parece?
- Si claro, perdone que le entretenga, por un momento olvidé que hay otros huéspedes alojados en el hotel, mientras tanto, haré tiempo acoplando la ropa en el armario.
- Nos vemos después - se despidió la chica.
Nada más salir al pasillo, África se pegó a la pared y rompió a llorar sin consuelo. Siempre era igual con su padre, siempre ocurría lo mismo. Ya no sabía qué hacer, qué decir, le dolía tanto verlo así, la enfermedad avanzaba a pasos rápidos.
El Alzheimer le robó su identidad, su vida, su profesión, hasta hace dos años, su padre había sido un estupendo médico, dirigía el geriátrico donde se encontraba y que él confundía con un maravilloso hotel. En sus delirios se creía periodista. Los animales, los niños, los árboles en flor que él veía solo eran pinturas.
No era capaz de recordar que esos dibujos fueron plasmados en los muros del jardín por su madre. Aquello solo eran meros recuerdos de todo los viajes que Alicia y Julián hicieron juntos.
Lola Gutiérrez
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